Elon Musk vs. Sam Altman: superclásico de magnates

Noticias Relacionadas

El superclásico entre los multimillonarios Elon Musk y Sam Altman, las dos figuras más prominentes en el ámbito tecnológico de esta era, generó una rivalidad creciente, marcada por desacuerdos estratégicos y confrontaciones legales de alto nivel. Hace apenas diez años, nació el vínculo colaborativo entre el sudafricano y el ex estudiante universitario de Stanford con la creación de OpenAI, pero terminó siendo un simple recuerdo, dando paso a una competencia intensa y descarnada en el campo de la inteligencia artificial.

En febrero de 2025, el actual funcionario de Donald Trump lideró una oferta de 97.400 millones de dólares para adquirir OpenAI, con “la intención de devolverla a sus raíces de código abierto y centradas en la seguridad”. Altman, director ejecutivo de la compañía, no dudó en rechazar la oferta de manera tajante, calificándola de una “simulación”, y sugiriendo irónicamente la compra de X (antes Twitter) por parte de su firma. La agresiva jugada de Musk desembocó en la presentación de una contrademanda contra el dueño de Tesla, por parte de los creadores del ChatGPT, acusándolo de desarrollar “acciones de mala fe”.

“Los continuos ataques de Musk, que culminaron recientemente en una oferta de adquisición diseñada solo para perturbar el futuro de OpenAI, deben cesar”, acusaron los directivos de la empresa de IA, señalando que las acciones del sudafricano confundieron al público, presuntamente, dañando relaciones comerciales y requiriendo de recursos significativos para abordar las interrupciones causadas. Associated Press informó que las acusaciones contra Musk fueron presentadas en un tribunal federal de California como contrademanda a una demanda anterior del CEO de Tesla contra OpenAI, hecha el año pasado, y que se dirige a un juicio con jurados para el 2026.

Trastienda. Musk fue uno de inversores de OpenAI y ahora dirige su propia empresa de inteligencia artificial, xAI, junto con Tesla, SpaceX, la red social X, y el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) del presidente Donald Trump. En agosto del año pasado, el magnate republicano inició una ofensiva legal contra OpenAI y dos de sus fundadores, Sam Altman y Greg Brockman, renovando las acusaciones de que el creador de ChatGPT traicionó sus objetivos fundacionales de beneficiar el bien público.

La demanda de Musk, presentada en un tribunal federal del norte de California, fue considerada como un “caso clásico de altruismo contra avaricia”. Altman y otros mencionados “engañaron intencionalmente a Musk, aprovechándose de su preocupación humanitaria por los peligros existenciales que plantea la inteligencia artificial”, sostiene la denuncia. En el mismo escrito, afirmó haber invertido “decenas de millones” de dólares y reclutado a destacados científicos investigadores en IA para OpenAI.

Esa no fue la única demanda puesta en marcha por Musk. En febrero de ese mismo año, en el Tribunal Superior de San Francisco, el multimillonario denunció que había conseguido un acuerdo con Altman y Brockman para mantener la empresa como una organización sin fines de lucro. Pero estas acusaciones de incumplimiento de contrato y del deber fiduciario tenían pocas probabilidades de prosperar y el abogado del magnate trumpista presentó una notificación solicitando la desestimación del caso.

¿Cuándo empezó la guerra? En 2015, Musk y Altman, junto con otros inversores, fundaron OpenAI con la misión de desarrollar IA de manera segura para “el beneficio de la humanidad”. En ese momento, la organización fue concebida como una entidad sin fines de lucro, comprometida con la transparencia y el acceso abierto a sus desarrollos tecnológicos. Pero el gran divorcio se dio tres años después. Los motivos dependen de a cuál de las partes creerle. La mayoría concuerda que surgieron diferencias entre los dos referentes del universo tech respecto a la dirección de la organización.  

Cuando OpenAI se constituyó como organización sin fines de lucro en Delaware, declaró que su propósito era “financiar la investigación, el desarrollo y la distribución de tecnología relacionada con la inteligencia artificial”. En sus declaraciones de impuestos, también describe su misión como construir “IA con el propósito general que beneficie a la humanidad de forma segura, sin la limitación de la necesidad de generar rentabilidad”.

Según Altman y su gente, en 2018, el nacido en Pretoria propuso convertir OpenAI en una entidad con fines de lucro bajo su control, propuesta que fue rechazada por el resto de los cofundadores. Ante esta negativa, Musk decidió abandonar la junta directiva. Otra versión dice que la desvinculación ejecutiva se debió a conflictos de intereses, ya que el dueño de Tesla estaba reclutando talentos en IA para desarrollar tecnología de conducción autónoma para su producción de autos eléctricos.

Pero estos argumentos contrastan con lo expuesto por Musk y con la actualidad. Recientemente, OpenAI estableció una estructura híbrida, creando OpenAI LP, una entidad con fines de lucro limitada, para atraer inversiones. Esta transformación facilitó una asociación estratégica con Microsoft, que invirtió miles de millones de dólares. Esta situación habilitó a que el sudafricano argumente que la firma se había desviado de su misión original y se había convertido en una “filial de facto” del emporio de otro multimillonario actor: Bill Gates.

 “Nunca antes una corporación había pasado de ser una organización benéfica exenta de impuestos a una empresa gigante con fines de lucro de 157 mil millones de dólares”, afirmó en la demanda Musk, quien sostiene que Microsoft y OpenAI buscaron ilegalmente monopolizar el mercado de la IA generativa, marginando a los competidores.

Al igual que la evolución de la inteligencia artificial, la guerra judicial entre los multimillonarios tech está muy lejos de terminar y sigue creciendo.

Galería de imágenes

Últimas Publicaciones