¡Puedo leer! Así exclamó Violeta, de 8 años de edad, cuando luego de dos o tres semanas de estar en el club de alfabetización, se dio cuenta que leía.
La falta de alfabetización de tantos alumnos en la Argentina nos pone en una situación acuciante. Los resultados de las pruebas “Aprender Alfabetización” en 2024 muestran que un 55% de los estudiantes de tercer grado no logran leer ni comprender textos simples. Es desesperante. Cada año vemos cómo aumenta la falta de comprensión lectora y el analfabetismo en todo el país. ¿De quién es la responsabilidad? ¿Qué debemos hacer?
El Estado tiene que hacer su parte y lograr que el Plan Nacional de Alfabetización en vigencia se implemente en cada rincón de la Argentina. Pero, ojo, el plan tiene que mostrar resultados en cada rincón. Ahora bien, ¿y la sociedad civil? ¿qué podemos hacer? También debe ser parte del cambio, es urgente que todos seamos parte del cambio y repensemos qué estamos haciendo y qué podemos-debemos hacer.
Cuando la escuela sí enseñaba a leer, y los alumnos aprendían en tiempo y forma, el sentido de los centros de apoyo escolar era, justamente, apoyar a los alumnos para que lograran avanzar en sus aprendizajes. Crear un centro de apoyo escolar significaba ayudar a los alumnos en el uno a uno cuando “se perdían” respecto de los aprendizajes escolares. El apoyo escolar hacía las veces de “familia”, acompañando las trayectorias escolares para que los alumnos avancen y, sobre todo, no abandonen.
Hoy, con el 55% de los chicos de tercer grado sin poder leer textos simples, estoy convencida que esos “apoyos escolares” se tienen que convertir en Clubes de Alfabetización. Si un alumno aprende a leer-comprender-escribir a tiempo, luego podrá leer para aprender toda la vida. No es lo mismo saber leer que no saber leer. No se compara con ningún otro aprendizaje.
El dolor se hace presente cada vez que veo alumnos que pasan de grado sin saber leer, docentes que hacen lo que pueden en un sistema que no los acompaña, y familias que se sienten culpables sin saber por qué sus hijos no aprenden. Pero al mismo tiempo me llena de esperanza y me emociona ver lo que está pasando en distintos lugares de nuestro país, donde las mamás piden ayuda porque sienten que sus hijos no avanzan y la escuela les dice ´esperemos´ que en breve van a hacer clic.
Todavía podemos cambiar las cosas, solo hay que actuar.
En un pequeño paraje rural de la provincia de Buenos Aires se armó el primer Club de Alfabetización. Ver a las mamás llegando con sus hijos a las 7.20, cuando apenas está clareando, es conmovedor.
Ellas saben que, si sus hijos no logran leer, no van a poder avanzar ni en la escuela, ni en la vida. Se dan cuenta que no es cuestión de madurez, se dan cuenta que el problema es otro. Las mamás sospechan que el sistema educativo cree que, así como les salieron los dientes, naturalmente, de esa misma manera sus hijos también van a desarrollar la capacidad de leer y comprender textos. Las mamás ya saben que no es así, ya lo aprendieron ellas, ya lo entendieron.
Son 12 alumnos y una maestra los que dan vida al club, dos veces por semana. Siguiendo un programa estructurado, basado en la conciencia fonológica, con cuadernillos a color para cada alumno, se van hilvanando los aprendizajes. Asisten chicos de sala de 5 hasta 5to grado. Muchos tienen problemas fonoaudiológicos (fruto de la pandemia, de no valorar la oralidad y del uso endemoniado de pantallas). Lo peor es que no hay posibilidad de llegar a un consultorio profesional.
En el club se detectan y trabajan las dificultades del habla desde la enseñanza explícita de los sonidos y las letras y el auto dictado ayuda a cada chico a revertir sus falencias. Es emocionante ver como se alientan entre ellos y se alegran cada vez que alguno sale de la oscuridad de no poder leer al maravilloso mundo que se abre cuando comienzan a leer.
El club funciona en la cocina de una familia los lunes, y en la de otra familia los miércoles. Las mamás se turnan para preparar el desayuno. Los chicos están cambiando los hábitos. Se van a dormir temprano para poder estar a primera hora en el club y luego preparase para ir a la escuela en el turno tarde. Con sólo dos días a la semana de enseñanza explícita de las letras y los sonidos, los avances son impresionantes.
Marta, una de las mamás anfitrionas, se sorprendió la semana pasada cuando Milo leyó por primera vez. También tiene 8 años y, hasta ahora, no lo había logrado. Estaba sirviendo la leche cuando lo escuchó, se frenó y dijo: ¡Seño, Milo Lee!
No podemos esperar que las políticas educativas nos traigan todas las respuestas que necesitamos hoy, las familias tenemos que entender que la educación empieza por casa. Si trabajamos juntos, aún estamos a tiempo de salvar a toda una generación. Es momento de que se multipliquen los clubes e iniciativas como esta en todos los rincones del país. Es parte de lo que podemos y debemos hacer.
Educadora, autora del libro No aprendimos nada