La verdad sobre la muerte de Hugo Guerrero Marthineitz: sin comer y con rasgos de demencia

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La hija de Hugo Guerrero Marthineitz es alta y flaca. Morocha. No hace falta mirarla detenidamente para matchear parentescos. Su padre nació un 11 de agosto de 1924 y murió un 21 de agosto de 2010. Gabriela Guerrero Marthineitz nos muestra la cédula donde se lee su nombre y 1962, la fecha de nacimiento. Dice que es fruto de la relación de un joven peruano radicado en la Argentina -que a los 37 años ya trabajaba en los medios- y de una mujer que empezó a salir con él cuando tenía 16 años.

Hoy mi viejo estaría preso”, reflexiona.

Ella se dedica a la comunicación. Trabaja en un programa de radio y es integrante de APTRA, la Asociación de Periodistas de la Televisión y Radiofonía que entrega los Martín Fierro. Su vocación la descubrió cuando, junto a su hermano Diego, empezó a trabajar en la producción de A solas, mítico programa de televisión donde el Negro Hugo Guerrero Marthineiz consolidó definitivamente su imagen pública.

El año de gloria fue en el ’83 por Canal 9. Yo hacía el café que tomaban los entrevistados, ordenaba, limpiaba el estudio. Mi hermano atendía el teléfono. Todo muy pobre, no había un mango. Durante las entrevistas no podía volar una mosca: mi papá necesitaba concentración absoluta. Silencio total o se pudría todo. Él decía que para hacer la pregunta correcta, el buen periodista no debe estudiar al entrevistado. Para eso, mi papá necesitaba una sola cosa: escuchar”:

Antes del programa, no había contacto con el invitado. Era parte de la ceremonia. HGM saludaba a la distancia. “El canal estaba intervenido todavía. Era la transición, previa a devolvérselo a Romay, y buscaron llenar un hueco que tenían a la noche. Lo metieron a él y el éxito fue algo inesperado”.

Tres hijos con tres mujeres distintas. Diego y Gabriela prácticamente se conocieron haciendo el programa. “Yo creo que hizo lo que pudo. Era bastante machista y, como imaginarás, tampoco era una persona fácil. Además, bueno, eran otros tiempos. Mi papá era bígamo. Él lo reconocía. Amó a dos mujeres por igual y en esa etapa de la vida fueron mi madre y la madre de Diego Alfonso”.

El final

Poco antes de morir, un compañero de este diario lo había encontrado en la presentación de un libro. “Estaba muy desmejorado y me dijo: ‘¿Me invitás a comer un bife? Hace dos días que no como’”.

Gabriela Guerrero Marthineitz, la hija del popular conductor de TV, quiso contar cómo fueron los últimos días de el «Negro». Foto: Fernando de la Orden

Hugo Guerrero Marthineitz, el profesional que había revolucionado la radio, el artista del aire que se propuso controlar hasta el ritmo de sus silencios, moría «solo y en la pobreza». Esa fue la noticia.

¿Qué pasó con él? ¿Por qué una figura de semejante magnitud no dejó una herencia de esas que suponen peleas entre descendientes? ¿Se olvidó una sociedad o se olvidaron los medios?

Un año antes de morir, HGM pasó por la redacción de este diario y marcó el interno de la persona que ahora escribe.

-¿Tienes un segundo para atenderme? Estoy abajo.

Tomamos dos cafés con leche.

-Sigo dando charlas a domicilio –dijo recordando el tema de una entrevista previa en el Florida Garden-. ¿Serías tan amable de publicarlo nuevamente como una noticia breve?

Dios mío, ni sombras de esa carcajada sarcástica. Contó que iba por las casas y hablaba de lo que uno deseara. Un tenedor libre temático. Sabía que estaba capturando nuestra morbosa atención. “Se me ocurrió esto de ir a domicilio y de pronto me pagaron 500 pesos. ¡500 pesos! Hacía un año que no veía toda esa plata junta».

En ese 2007, mientras compartía su pesadilla, también se horrorizaba por el nivel de ignorancia de este país y, sobre todo, de satisfacción por esa ignorancia.

Gabriela Guerrero Marthineitz revela que su papá era bígamo y que él lo reconocía. Foto: Fernando de la Orden

La historia ya entonces se nos volvía imprecisa. Por alguna razón, después de un éxito fenomenal, la vida de una celebridad se parecía a la de un linyera que mendigaba entre vagas impresiones sobre ausencias, deudas y faltas de reconocimiento.

“El que se portó muy bien -dice Gabriela- fue Daniel Hadad. En 2001 le dio el último sueldo mensual que tuvo con un programa en Radio 10”.

Gabriela cuenta que su padre era dueño de un dos ambientes sobre 25 de Mayo y Córdoba, departamento que tuvo que vender en los ‘90. Una versión indica que estaba endeudado: no pagaba los impuestos y tampoco las expensas. Su auto era un Ford Falcon. No le gustaba ahorrar. Cuando empezaron los problemas de continuidad laboral, la plata del departamento comenzó a esfumarse.

«No amasó fortunas, no hizo inversiones. Lo que ganó –y ganó bien-, lo gastó», sigue su hija.

Le propusieron armar una productora de contenidos. Respondió que no necesitaba armar nada. Durante sus últimos 15 años lo ayudó uno de sus hijos, pagándole la prepaga y el alquiler del departamento que ocupó antes de que se decidiera su traslado a una clínica neuropsiquiátrica del barrio de Belgrano.

“Quiero aclara algo que no supimos aclarar en su momento: no murió solo, nosotros estuvimos con él”. Lo dice Gabriela en plural, sin entrar en detalles, pero tratando de que las próximas efemérides merezcan reescribir el final de la historia, dándole un tinte menos sórdido.

“Después vino el comienzo de la demencia, como camino previo al Alzheimer. Lo internamos en una clínica de Belgrano y se escapaba a cada rato. Decidió dejar de comer. Ahí empezó a morir. A nosotros nos mentía, pero sabíamos que no comía. Una vez se escapó y lo buscamos todo un día. ¿Sabés dónde apareció? En la pantalla de televisión con Mauro Viale. El hacía eso: iba a los medios a pedir ayuda a los periodistas, a sus colegas. Era como estar diciendo en voz alta que necesitaba laburar”.

“En el estudio –continúa la anécdota- estaba Johnny Viale haciendo la producción del programa de Mauro. Le pedimos que nos hiciera el favor de acompañar a nuestro padre a un taxi que estaba esperando en la puerta del canal. En ese taxi estábamos mi hermano Diego y yo (…) Él era feliz trabajando. La felicidad de ese hombre cuando grababa sus programas de radio, cuando escuchaba su música, era algo indescriptible.

“Yo empecé a darme cuenta de que algo no estaba bien cuando me dijo que se iba a vivir a Japón. “¡¿Adónde?!”. El sábado 21 de agosto de 2010, Guerrero Marthineitz tuvo un paro cardíaco en el Hospital de Clínicas. Lo habían internado “malnutrido”. Murió de madrugada. Gabriela se enteró por teléfono.

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